Cerca de una fecha, muy lejos de la otra.
Habitaba un recuerdo, dulce, frágil, ardiente, fugaz, ameno, podría decirse que era hermoso.
Una criatura físicamente adaptable, con formas para cda ocasión; la mutabilidad era una de sus características más admiradas por todos: una bolita, un conejo, un oso de peluche, un verde pino oloroso, una silla, a veces un gato y quizá hasta una persona.
Aquél recuerdo, caminaba tranquilamente por una vía, un puente sobre un río: las maderas rojas y marrones parecían siempre recién pintadas aunque ya estaban viejas, cualquiera que lo encontrara en el camino rejuvenecía, nadie sabe porqué, pero los demás lo apreciaban mucho porque querían mantenerse siempre jóvenes.
El recuerdo, ¡qué recuerdo!
En su paso de un lado a otro del río, se detuvo justo a la mitad del puente, contempló el agua cubierta de nubes, adornada por nenúfares y amonizada por ranas con insectos como notas.
Sus ojos miraron con atención cada una de las partes que conforman tan bella composición, una de las más preciosas en el inmenso bosque de los sueños, la del poderoso río de los pensamientos.
Nuestro pequeño gran amigo, conocido por ser un artista itinerante, nunca estaba en el mismo lugar, pero, por alguna extraña razón, siempre estaba para todos, desaparecido a ratos, pero brillante al igual que la estrella del horizonte, la polar que mostraba una posibilidad o un camino.
Observó con atención y siguió su largo camino por una vereda de piedras y tropiezos hasta llegar a un cerezo, por alguna razón era su árbol favorito, el recuerdo siempre estaba agradecido con las asociaciones mentales por mostrarle tan bella creación de la naturaleza.
Sus patas débiles escalaron hasta la cima de la colina del diente de león rosa que perfumaba la totalidad del ambiente.
—Ahhh—suspiró cansado—al fin estoy aquí, siento tanta paz qué podría quedarme dormido— dijo al sentarse sobre una alfombra que recién había puesto en el suelo.
Sacó demasiados elementos de una pequeña mochila que colgaba de su espalda. Se dispuso a tomar el té y después se recostó en el suelo hasta quedarse dormido.
El recuerdo del sueño pesado.
El recuerdo del sueño tranquilo.
El recuerdo se había quedado dormido.
La intranquilidad lo espiaba desde hace mucho tiempo, tenía un mal presentimiento, como siempre, así que no hubo día que no estuviera tras él, quería salvarlo, fuera como fuera. Ella lo platicó infinidad de veces con la tristeza, pero fue una mala idea, con la extrañeza, pero, no resultó positivo, con el olvido, pero se le olvidó, hasta que encontró refugio en la incredulidad, quién para su suerte, le creyó.
Una caminando, otra espiando.
No fue una buena idea, eran un pésimo equipo, pero trabajaban bien. La mayoría decía que estaban buscando al chisme, pero, como nadie le hizo caso a la intranquilidad, ella pensó que no ganaría nada si seguía insistiendo en que por lo menos le escucharan, si la incredulidad le creía, eso era un gran avance.
En el viaje del recuerdo como artista, la incredulidad y la intranquilidad parecían fans persiguiendo un autógrafo y dos fotos.
Desde lo alto de un pino, en la punta de una montaña estaba la incredulidad, velando atenta el sueño del recuerdo.
—Ardiendo, está ardiendo— sonó una voz en su cabeza.
Asustada, buscó rápidamente un pájaro mensajero exprés entre sus cachivaches, escribió un mensaje para la incredulidad y dejó volar al ave con la siguiente nota entre las patas:
"Corre, está ardiendo, ese sonido, el dice que está ardiendo"
Al leer aquella nota, la incredulidad huyó de un espacio, sus piernas veloces atravesaron los valles mentales, hasta estar cada vez más cerca. Por su parte, la intranquilidad bajó rápidamente del pino, se cayó en el proceso, pero eso le ahorró bastante tiempo.
Se reunieron en un roble, pues, necesitaban su mítica fuerza, así que la guardaron en una botella. Corrieron, igual que un tren, igual que un corre caminos, un jaguar y un chita, rápido, rápido, rápido.
Pero no llegaron a tiempo.
—¡Recuerdo!
—¡Recuerdo!
—¡Recuerdo!
—¡Recuerdo!
Gritaron una y otra vez hasta despertarlo.
—¿Qué? ¿Quién? ¿Y mis vacaciones?— dijo él mirando a todas partes.
—¡Aquí! ¡Estamos aquí! —gritaron la incredulidad y la intranquilad desde un lugar cercano a la colina.
—¡Tienes que bajar de ahí! ¡Está ardiendo! —incredulidad espetó desesperada.
—¿Qué? No te creo, no veo ninguna clase de fuego— respondió recuerdo.
—Baja de una vez de ahí ¿no ves todas esas llamas? — dijo fuertemente intranquilad.
—¿Otra vez tú?— recuerdo estaba molesto porque arruinaron sus vacaciones, pero se rascó los ojos y su mirada se volvió más clara: estaba envuelto en las llamas rosas que provenían del cerezo —Ayúdenme ¡tengo que salir de aquí!—gritó desesperado.
Un círculo rosa lo envolvió.
El cerezo parecía todavía más hermoso.
—¡Recuerdo! ¡Huye!— dijo miedo, quien había llegado porque escuchó mucho ruido — debí creerte, intranquilad—
—No es momento— respondió ella.
Los demás llegaron porque chisme les avisó, llegó dos segundos después del miedo, seguido de la extrañeza, del olvido, de la desesperación, el silencio, la debilidad, de la felicidad y de la fuerza, llegaron todos, todos menos tristeza.
Trataron de ayudar, todos corrieron al río, iban y venían con litros y litros de agua, en ollas, en cubetas, en jarros y en tazas, todo para apagar el fuego. Recuerdo ya no estaba asustado, sus ojos fueron hechizados por el cerezo y perdió en él.
No hubo día que la desesperación estuviera más desesperada, ni día que chisme no fuera más chismoso, o que la extrañeza no sintiera nada raro, que la fuerza fuera más débil, que la debilidad fuera fuerte, que la felicidad estuviera más triste, que el miedo fuera más valiente.
Ahora le creían a la incredulidad, pero intranquilidad estaba intranquila.
Coincidieron en una ida al río, una le dijo a la otra que debían usar la fuerza del roble, bebieron de la botella y sus músculos crecieron a pasos agigantados.
Una y otra vez, ida y vuelta al río.
Tratando de apagar el incendio en el cerezo.
—Escuchen todos— recuerdo habló fuerte desde el cerezo —no funcionará, sus intentos son inútiles, estoy bien, siempre estoy bien, estaré bien, siempre estaré bien— dijo tranquilo.
—Queremos salvarte— habló deseo, quien pasaba por ahí y se quedó para aprovechar sus ganas de ayudar.
—Estoy a salvo, pero es momento de irme— se escuchó la voz de recuerdo.
—No digas cosas tan feas— le respondió debilidad.
—Estoy feliz con el ying y el yang que veo en ustedes, estoy feliz de que quieran salvarme, pero, no tengan miedo del fuego, el no me hará daño, está aquí para salvarlos a ustedes, nunca hablé de esto con nadie, pero, la verdad es que desde hace mucho estoy desapareciendo— dijo entre lágrimas.
—Aquí nadie desaparece, no mientas— habló fuerza.
—¡Está bien! ¡Cálmese todos!— gritó tristeza desde sus espaldas.
—Estaba esperándote solo a tí, no podía irme sin verte—dijo recuerdo—ahora que estamos completos, puedo decir que estoy agradecido de encontrarme con cada uno de ustedes—
El fuego se apaciguó, las llamas se volvieron pequeñas, pero, pequeñas chispas salían del cuerpo de recuerdo, estas causaban los repentinos cambios de forma: una bolita, un conejo, un oso de peluche, un verde pino, una silla, un gato y una persona.
Al ver que recuerdo hablaba en serio, todo el mundo guardó silencio.
—Estoy agradecido, por encontrarme con todos ustedes y por gastar mi tiempo aquí. Por calmar a desesperación, por mis largas charlas con chisme, por hablar de mis dudas con extrañeza, por ayudar a debilidad con las cargas pesadas, por aceptar la ayuda de fuerza, por reír muchas veces con felicidad, por dormir del lado del miedo cada vez que se asustaba, por que deseo me haya enseñado la ambición, por mis charlas nocturnas con silencio, por ser quien le creyera a incredulidad una infinidad de veces, por serenar a intranquilidad en cada una de sus crisis, por recordarle al olvido todas las cosas importantes, por limpiar las lágrimas de tristeza... Es hora de irme, no puedo quedarme más aquí, quiero abrazarlos a todos, pero no puedo hacerlos, no quiero dañarlos más— dijo lentamente, cada vez más cerca del fin —Me voy, pero estaré esperándolos en algún lugar de los lugares, ahí nos veremos, tendré mi guitarra y me esucharán cantar, pero ahora no, en nuestro bello bosque, mi voz no estará más— terminó.
El cuerpo de recuerdo siguió cambiando de forma, una otra, otra y otra vez. Así hasta convertirse en una galaxia.
Todo el mundo lloraba.
Su esencia había desaparecido.
Chisme se quedó en silencio, ahogado en sus propias palabras.
Extrañeza sintió por primera vez una parte dolorosa de la realidad.
Debilidad quiso hacerse fuerte, pero fracasó en el intento.
Felicidad no podía contener las lágrimas de su vista.
Miedo estaba cada vez más tembloroso.
Deseo deseó dejar de llorar, de sentirse así de mal.
Silencio gritaba cada vez más fuerte.
Incredulidad quería no creer eso, volverse a su naturaleza mentirosa, pero no pudo hacerlo.
Olvido quería olvidar, pero decidió mantener siempre la promesa de recordar a su amigo.
Intranquilidad estaba envuelta en la esencia de hiperactividad llorosa.
Y qué decir de tristeza, estaba incontrolable, sin embargo se le veía feliz.
La pócima mágica del alma del roble surtió efecto en incredulidad, también en intranquilidad, eran quienes sobrellvaron la situación con un poco más de calma y de fuerza. Irónicamente, tristeza estaba feliz, pero, llorando. No había bebido del alma del roble, pero, tenía muchas esperanzas de reencontrarse con recuerdo, quería dejar de dañar a los demás y volver a abrazar al único que pudo comprenderla en su totalidad.
El sonido de las ranas nativas del río del pensamiento amenizaba una marcha fúnebre con insectos que tocaban flautines.
En lo más profundo de la mente, en la inmensidad del bosque de los sueños, testigo de un cerezo en flor, recuerdo había muerto.